AGUSTÍ
FANCELLI
Cinco tranquilos días
con Carbo, cabalgando por el Pirineo de Huesca y Navarra.
Lo que hemos visto, de
manera sucinta, está publicado en el blog, que por algo se titula “Miradas”.
Pero hay algo que ahí no aparece: el retrato del fotógrafo mirando. Se trata de
un espectáculo impagable del que sólo los que hemos tenido la suerte de viajar
con Carbo hemos podido disfrutar.
Una primera cosa llama
la atención y es la nariz de Carbo para el viaje. El 21 de agosto nos
encontramos en Jaca. Carbo me había enviado un mensaje el día anterior
advirtiéndome del terrible calor que hacía incluso en la montaña, de manera que
para evitarlo hasta donde pudiera salí de Barcelona a las 6.30 de la mañana.
Llegué a Jaca sobre las 11, con el sol ya alto y rogando que el hotel en el que
se hospedaba Carbo y donde tenía habitación reservada tuviera piscina. Faltaría
más, la nariz de Carbo no falla: una piscina arriñonada, con puente años sixties sobre sus frescas aguas, de las
que te esperas que de un momento a otro emerja Ursula Andress con su apañado
bikini. En lugar de eso, debimos conformarnos con abuelas del Inserso, eso sí
en plena forma: convinimos que no estaban nada mal, el que no se conforma es
porque no quiere. El Gran Hotel de Jaca es uno de esas instalaciones que debió
de inaugurar Fraga cuando era ministro de Información y Turismo: cortinas de
cretona, tresillos de sky, un
precioso mini-golf en el que ya solo juegan niños aburridos del verano y un
alero del tejado con vigas pintadas de verde claro, en estilo vagamente alpino,
que hacía las delicias de los no-dos
de la época. En suma, un lugar ideal para reponerse de los 300 kilómetros de la
primera tirada que llevaba encima.
![]() |
Quemando goma... |
Salimos de Jaca todo lo
temprano que nos permitió el hotel, que sirve los desayunos a partir de las 8
de la mañana. Nos desviamos de la autovía a Pamplona para tomar el valle del
Roncal, por Burgui. (Por cierto: de regreso a Barcelona, vi un reportaje de raiers navarros –a saber cómo se
llamarán en euskera- que descendían por la rampa junto a la presa del pueblo
retratada por Carbo en las fotos adjuntas: narices no les faltan). Del Roncal,
cruzando el valle de Salazar, llegamos a Roncesvalles, donde la concentración
por metro cuadrado de peregrinos a Santiago, hoy practicantes de trekking equipados por Decathlon, es
pasmosa. Tiene algo de Montserrat, Roncesvalles: un gótico demasiado
restaurado, un turismo a todas luces desmesurado, una leyenda asociada acaso
excesiva. Pero la subida al puerto, entre hayas que convierten en oro los rayos
de sol, posee una indudable fuerza evocativa: los moteros, con nuestros cascos,
armaduras, botas y poderosas monturas, podemos pasar por los herederos modernos
de los caballeros medievales, de manera que si aguzamos el oído todavía podemos
escuchar dentro de nuestros yelmos el cuerno de Roldán resonando en la
lejanía... El descenso a Valdizarbe, en la Navarra media, donde nos hospedamos
los días siguientes –Carbo, en Puente la Reina; servidor, en Ucar, con la
familia de mi mujer, Blanca-, se produjo de forma plácida, pero todavía
calurosa.
![]() |
Burgui |
![]() |
Burgui |
![]() |
Ahi estamos,pues... |